No sé por qué te quiero, será que tengo alma de bolero.
Esa canción sonaba incansablemente en su cabeza. Y esa misma
pregunta resonaba a la vez que la voz de Ana Belén sabiendo que no había
respuesta posible.
Le quería. Aun sabiendo que él no sentía lo mismo. Aun sabiendo
que la utilizaba sólo cuando no había nada mejor que hacer. Para sentirse
importante y arropado. Pero no podía evitar quererle.
Mientras se preguntaba una y otra vez lo mismo recordaba el
día que todo empezó.
Una casa vieja, medio destartalada. Un jardín con jazmines. Y
un columpio. Ese maldito columpio que se volvió tan importante para ella.
La imagen bucólica la llevó a sentarse en el columpio y
entre subida y bajada apareció él abrazándola por la espalda. Entonces se giró
para mirarlo y la besó. En ese mismo momento supo que ya no habría escapatoria.
Ese maldito columpio. Cualquier maldito columpio. La
transportaba al momento en el que empezó a enamorarse de él. La llevaba al
principio de su final.